La escuela de los maridos es una adaptación de la obra de Molière, realizada por Leandro Fernández de Moratín y estrenada en 1812, acerca de la cual cedo la palabra a René Andioc para que con este largo pasaje de su «La escuela de los maridos» de Molière, en la traducción de Leandro Fernández de Moratín (1812) nos introduzca gentilmente en la atmósfera de la obra y nos induje a sumergirnos en sus páginas
En el prólogo de la primera edición de La escuela de los maridos, Moratín definía ya, pero de forma general y sobre todo polémica, apuntando a sus habituales críticos, su manera de concebir la traducción. En oposición a la escrupulosamente literal, en la que se pierden -escribe- muchas bellezas del original, expone con algún detenimiento en la Advertencia a la edición de París (1825), las principales alteraciones que le parecieron necesarias en su adaptación del texto molieresco a «otros tiempos y otras costumbres»: son modificaciones de carácter técnico, estético, y también, digámoslo así, moral. Suprimió las digresiones del original relativas a los trajes que se usaban en Francia en 1661, «entonces y ahora impertinentes en la fábula», creando un nuevo ambiente por medio de referencias a la topografía madrileña (Prado, puerta de San Bernardino, puerta de Foncarral, la Florida; la plazuela de los Afligidos, con las casas de los personajes alrededor, permite observar, igual que antes la plaza pública parisina, la unidad de lugar, etc.), de la elección de nombres españoles para los personajes, de alusiones a sus quehaceres cotidianos, eligiendo, por fin, la prosa para mayor verosimilitud. Cuida además de motivar, justificar, «las salidas y entradas de los interlocutores, donde vio que Molière había descuidado este requisito»: si Enrique -antes: Valère-, natural de Córdoba, está en Madrid, es que ha venido a vigilar la tramitación del clásico pleito; don Gregorio-Sganarelle (II, 4) anuncia que va a casa del boticario a encargar un ungüento para los callos, de manera que su breve ausencia en la escena 6.ª del acto segundo y su regreso en la siguiente ya parecen naturales; Moratín «añadió a las ficciones de la astuta Isabel[le] (llamada en la traducción doña Rosa) todo el cúmulo de circunstancias indispensables, para hacer el engaño verosímil, y de consiguiente, disminuyó por este medio la estúpida credulidad de Sganarelle (D. Gregorio)», tutor al fin y al cabo y, como tal, cabeza de familia, matando así dos pájaros de un tiro. Sin embargo, las argumentaciones tan laboriosamente «lógicas» como falaces de doña Rosa, esa preocupación del adaptador por contestar en suma cualquier pregunta de un don Gregorio menos tontamente crédulo que su homólogo francés le hacen convertir, involuntariamente, a su personaje femenino en un ser algo más astuto que su antecesora gala. Para compensar la molestia que pudiese suscitar eventualmente en el público ese tipo de joven demasiado «desenvuelta», el autor español trata en general de hacer que las dos jóvenes pupilas obren, y digan que obran, con arreglo a las normas morales vigentes, igual que las heroínas bien educadas de sus comedias originales: antes de ir «du beau temps respirer la douceur», «a respirar del buen tiempo la dulzura», Leonor ruega a su tutor don Manuel que las acompañe a ella y a su hermana durante ese «desahogo inocente».
La escuela de los maridos
Título: La Escuela de los Maridos
Autor: Leandro Fernández de Moratín
Idioma: español
Tamaño: 0,607MB
N° de páginas: 142